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El suicidio de Verónica por la viralización de un material privado enseña la falta de empatía, el impudor y la desprotección ante un escenario que cambia cada día
La sociedad ha enfermado. Es inmadura, no camina en la buena dirección. Hay un asunto que concierne a este siglo, de esta década, y que ha estallado en forma de tragedia, tras la muerte hace ocho días de Verónica Rubio, de 32 años, en la población madrileña de Alcalá de Henares. Es la perversión global en el uso de la tecnología, con las redes sociales como el paraíso prometido para la libertad convertidas en el mayor escaparate de linchamiento, impudor y falta de empatía concebido hasta el momento. Toda esta autocrítica es de los expertos y analistas de la sociedad que ha consultado este diario, que la anteponen como punto de partida, porque si no, no se entenderá lo siguiente: detrás del suicidio de Verónica, hay una lectura positiva, muchas enseñanzas que tomar.
El azar (o no) quiere que en las mismas horas en que se conoce que una joven madre decide acabar con su vida pordesesperación absoluta trasciendan acontecimientos como el ingreso de una menor en el contexto del juego de moda, que consiste en que tres chavales se retan a «estrangularse» hasta llegar al mayor punto de asfixia posible; y se conoce la destitución del presidente de un club de fútbol tras difundirse el vídeo que prueba que costeó los servicios de una estríper en el vestuario para celebrar el ascenso de categoría. Y ahí surge la gran palabra, una «conquista» de nuestra era: viralización.
Poco de viril tiene quien viraliza, dijo esta semana un cómico; secundado por las impresiones de organizaciones de mujeres, como Yolanda Besteiro, que considera que es más fácil «destrozar» a una mujer con un contenido sexual. Ángeles Carmona, juez y presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, «siente tristeza y pena por la injusta publicidad de su intimidad» que sufrió Verónica para llegar a dejarse la vida por el escarnio que padecía entre compañeros de su empresa, que propalaron el vídeo como la pólvora. El componente masculino existe, asegura el psicólogo clínico Sergio García, porque en las mujeres trasciende «un elemento histórico, ya que ellas han estado siempre más censuradas en su privacidad. Para los hombres es más fácil compartir un vídeo como éste. A ellos se les presupone mayor iniciativa sexual», asegura García, y recuerda las palabras del torero Francisco Rivera, por las que ha sido machacado en las mismas redes sociales. En las búsquedas de páginas web pornográficas, cuyas visitas recaen del lado de los hombres en una proporción de un 80 a 20%, «trabajadora Iveco» (por la empresa de automoción en la que laboraba); y «vídeo Verónica» arrasan.
El «efecto mirón»
Se perpetúan ciertos estereotipos de género, pero en la muerte de Verónica no debe haber un trasfondo ni femenino ni feminista. La censura es a la sociedad. García es meridiano: «La sociedad es “vouyeaur”, se ha infantilizado con la tecnología, sabe que está mal, pero lo hace». Lo refrenda Gema Méndez, portavoz de la Policía Nacional, que recuerda a ABC que «si la expareja de Verónica o cualquier empleado de Iveco no tiene la autorización expresa de ella para difundirlo está cometiendo un delito», penado por el Código Penal (artículo 197.7) con tres meses a un año de cárcel. Ninguno tenía permiso.
Ese «efecto mirón» es como el que sucede en las carreteras: hay un accidente, sabes que no tienes que mirar y acabas reduciendo la marcha para ver heridos o al cadáver. Es humano, y es de pura hipocresía no reconocerlo, como se ha reproducido en infinidad de empresas del país esta semana a tenor de la misma pregunta: «¿Y tú, compartirías un material sexual de un compañero de trabajo?». En la empresa Iveco, fabricante de camiones, donde Verónica estaba empleada desde 2006, la inmensa mayoría compartió el vídeo. Hubo excepciones. Muchos números de móvil están siendo investigados; otros se apresusaron a borrar el archivo, y si no se logra rastrear la nube, no se dará con todos los responsables. Pero no hay que cargar las tintas: la culpa de ellos es la de toda la ciudadanía.
Morbo
Sigue el doctor García: «Nos lo enseña la muerte de Verónica. El morbo, en origen, es enfermedad y esta sociedad es morbosa, enfermiza. La joven sufrió agresividad por parte de los compañeros, porque descargar un vídeo de otra persona ya es lacerar su imagen». Pudo enviarlo ella por error (aunque en la Psicología, los errores no existen y son lapsus que significan algo) como se dijo inicialmente, u otros, pero la «propietaria de esas imágenes es ella sola –insiste Méndez– y ningún tercero más. Es ilegal difundirlo».
Elena Daprá, psicóloga experta en coaching y colegiada en Madrid coincide con su homólogo en que Verónica quiso combatirlo con agresividad hacia los demás, aunque con toda probabilidad, apuntan estos estudiosos de la psique, «sufría una vulnerabilidad interna, había más elementos con los que no tuvo resortes para reaccionar y remontar». Y los celos del marido pudieron ser el detonante, como «factor precipitante» que suele observarse en los suicidios, asegura Anna Canet, vicepresidenta de Apsas (Asociación para la Prevención del Suicidio y Atención al Superviviente). Otras veces el detonante es algo que a primera vista parece «trivial o gracioso», añade.
«El suicida –salta García a la segunda lección– es un asesino tímido. Deja su rúbrica contra los que quiere actuar. En la firma de Verónica están claros los destinatarios. Sigmund Freud descubrió que no existe el suicidio, que el suicidio es matar a otros». El presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio, Javier Martínez, también psicólogo, ayuda a las familias con una guía orientativa que muestra los pasos que hay que seguir para evitarlo. No hay datos que liguen las muertes a la perversión tecnológica, pero garantiza el aluvión de personas «chantajeadas», extorsionadas por redes con contenido vergonzoso. Agrega, como contexto al problema, que España todavía carece de un plan nacional para abordar el suicidio, que hasta hace poco era un tabú también mediático, y que sega la vida a 4.000 personas cada año. Verónica es una de las once que el sábado 25 de mayo se arrebataron su destino en el país. Ya hay voces que demandan que ese plan contenga un capítulo para «muertes digitales» y un endurecimiento de las penas. Son las lecciones del caso Iveco, como la petición de que las empresas actualicen sus protocolos de atención al «mobbing» telefónico en el ámbito laboral.
«Desbocados»
«Los jóvenes son nativos digitales, se mueven en las redes como su hábitat natural. Sufren auténticos dramas por el “se retrasa en contestarme, me bloquea, ahora pasa mis fotos”… Los de 20 a 35 años están absolutamente desbocados. Y cada vez hay más mayores. Lo estamos viendo todos los días en terapia», asegura Daprá. García coge el testigo y comenta la «moda» de estimular con vídeos íntimos y personales a un tercero. Y a la pareja, en relaciones más «abiertas». El suplicio por la ruptura de estas se solventaba antes en petit comité o con las vulgares habladurías, ahora se hace con la utilización pública de las redes, en lo que se ha dado en llamar «pornovenganza», aunque Jorge Flores, director de la ONG Pantallas Amigas, que persigue desde hace quince años el uso «saludable»de las tecnologías lo rechaza para el caso Iveco.
«Vivimos más tensionados, vigilados, más conectados, más supeditados en el entorno más libre, no desconectamos ni logramos bienestar», acusa García. Según Daprá, «hay un cambio social que se está llevando nuestra libertad. Nos estamos perdiendo como sociedad». Flores remata: «Vamos a demasiada velocidad y nos faltan dos cosas: tiempo para reflexionar sobre el daño que estamos haciendo con cada descarga o clic, y empatía. No se calibra el peso de la reputación digital», horadada por vídeos como el que llevó al abismo a una madre de dos criaturas.