Con motivo de la presentación en Madrid el pasado viernes de la Guía Adolescencia y Sexting, El Mundo entrevistó a Jorge Flores , director de PantallasAmigas y coautor de la misma. Reproducimos aquí algunos fragmentos de la entrevista publicada en la versión online del diario:
“Se trata de que los jóvenes sepan que una imagen íntima que envían al que hoy es su novio, mañana puede no serlo y éste puede romper la confianza. O enviarla a un amigo, que éste a su vez la pase a un tercero, por un error o por voluntad, y finalmente acabe en manos de muchos”.
Según un estudio de Inteco del pasado año, el 8% de menores españoles recibe fotos o vídeos de chicos o chicas de su entorno con posturas provocativas y un 4% reconoce haberse hecho a sí mismo este tipo de imágenes. El porcentaje entre los adolescentes de 15 y 16 años es algo mayor: un 6%.
Entre los factores que se esconden detrás de este fenómeno, Flores destaca: “Los adolescentes tienen un concepto de intimidad distinto al de los adultos y, además, hoy en día están habituados a encontrarse imágenes de parejas en Internet. La inmediatez de las nuevas tecnologías facilita que envíen contenidos sin tener tiempo para la reflexión”. Pero, sobre todo y lo más importante, es que “no tienen percepción del riesgo. A este hecho se añade que a esas edades, además de las cuestiones hormonales, necesitan sentirse aceptados por el grupo, por lo que suelen ser más transgresores”.
El problema es que buena parte de ellos desconoce las implicaciones legales ligadas a la difusión de imágenes eróticas, una situación que se complica si el protagonista es un menor de edad. De hecho, las leyes de pornografía infantil son aplicables tanto a adultos como a los adolescentes de entre 12 y 18 años, aunque las sanciones que se imponen son diferentes y se gradúan dependiendo de la gravedad del caso.
Por este motivo, el director de PantallasAmigas defiende que “es fundamental explicar a los menores que tener imágenes comprometidas en el móvil es un riego, así como enviarlas. Porque el teléfono se puede perder o porque alguien puede acceder a él sin que nosotros lo sepamos. Un ejemplo real es el caso de un chico que tenía imágenes suyas guardadas en su terminal y una persona accedió a ellas por Bluetooth, y pidió al menor 600 euros por no difundirlas”.
Necesario por tanto es “proteger adecuadamente los terminales. Y en el caso de que finalmente la imagen íntima se haga pública, deben perder el miedo a comunicárselo a los padres. Y, sobre todo, que no cedan al chantaje“.
Fuente: El Mundo