Un joven ha sido condenado en Francia a cuatro años de prisión por facilitar a través de Internet el suicidio de una adolescente de 16 años. Esta es la primera sentencia de este tipo en Francia.
Los hechos que ahora se acaban de juzgar en Francia se remontan a 2005. Florence, una adolescente que convalecía de una grave depresión, se encontró en la red con Joël. Y esa fue su desgracia. Al conocer sus tendencias suicidas Joël le aconsejó qué fármacos debía utilizar, cómo falsificar la receta y dónde hacerlo para evitar ser socorrida. Unos días antes del 5 de septiembre le envió este mensaje: «No deseo que te vayas, pero te doy la llave para hacerlo». Ese día Florence fue encontrada muerta en un bosque. La autopsia reveló que la causa de su muerte era la ingesta de morfina. La exploración de su ordenador descubrió su correspondencia con Joël.
Tres casos muy distintos, que obedecen a circunstancias también muy distintas, han llamado la atención estos días. Ni el reaccionario más pesimista podría trazar cuadro más sombrío del momento que vivimos que el de estas celebraciones de la muerte por compasión hacía sí mismo (caso Craig Ewert), hacia el otro (caso Eluana) o por desgana de vivir (caso de Florence) a través de la eutanasia y de suicidios asistidos o ayudados.
Craig Ewert decidió morir desesperado ante el horizonte de un sufrimiento para él intolerable. El padre de Eluana ha decidido que dejen morir de hambre y deshidratación a su hija (porque es alimentada a través de una sonda, pero respira por ella misma) para evitarle la existencia vegetativa que arrastra desde hace 17 años. Florence decidió matarse a causa de un trastorno mental o porque verdaderamente no encontraba sentido a su vida. Miedo, compasión, angustia. Ante el dolor siempre hay que sentir respeto. Pero el respeto no excluye ni el sobrecogimiento ni las preguntas.
En Francia, unos 40.000 adolescentes intentan suicidarse cada año, según el último informe divulgado por la Defensora de la Infancia, Dominique Versini.
Fuente: argijokin.blogcindario.com