Si yo digo tren, tú escuchas aglomeración. Si yo digo café tú escuchas cansancio. Si yo digo madera, tú escuchas guitarra
Esto puede suceder porque tu experiencia es distinta a la mía y esto te permite llenar mis palabras con tu interpretación. Como decía Montaigne, “la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha”. Aunque fueron hechas para entendernos, casi siempre generan malentendidos. Por eso se requiere no sólo saber hablar sino sobre todo saber escuchar para garantizar la comunicación.
Con los hechos puede suceder algo similar: son mitad de quien los realiza y mitad de quien los padece o disfruta. Supongamos que Clara hace una foto de su novio desnudo y la envía a través del móvil a sus amigas. Lo que para ellas es una pasada, para él es humillación. Nos hace falta aprender a respetar a las demás personas, a verlas como lo que son: una parte más de lo que somos como seres humanos.
Para regular este complejo ejercicio de la convivencia, la humanidad tiene una herramienta que, al igual que las palabras y los hechos, tiene propiedad compartida, nos pertenece a todas las personas del planeta. Se trata de los derechos y de los deberes humanos. Fueron creados precisamente para evitar que la familia humana sufra las secuelas de algunos virus que no paran de amenazar a la especie como son el egocentrismo o el complejo de superioridad que justifica el desprecio por el ajeno.